Una experiencia extásica en dosis mínima





Sorpréndeme entonces, me increpó aquella mujer deliciosamente retadora y virtual cuando le expliqué, vía Messenger, que no creía llenar sus expectativas. Hacía poco la había conocido a través de la página encuentratuparejaideal.com y ya sentía casi veneración por las imágenes de su cuerpo, desplegadas en su perfil. Dios cuánto podría tardar en recorrerle, palmo a palmo, toda la piel; sus gruesas caderas que me remitieron de inmediato a un valle epicúreo de transito denso. Un frío agudo que me comenzó en la última vértebra lumbar y no tardó ni dos segundos en llegar a la nuca, me paralizó haciéndome sentir la onírica cobardía que visitaba mis noches con frecuencia, evidenciando mi recalcitrante temor a parecer, como siempre, literalmente disminuido. Hacía ya algún tiempo compartía íntimamente, pantalla de por medio, con esa explosiva mujer cuyo líbido respondía como un resorte ante mis palabras como nadie lo había logrado, según solía decirme, en sus treinta y cinco años de vida.


Convencido de que mis hazañas virtuales, eran apenas el preámbulo del delirio extásico tan esperado por ella, nos prometimos tener un primer encuentro tres días después. Sorpréndeme – repitió – más de lo que has logrado hasta ahora y yo me encargaré de decidir si llenaste o no mis expectativas.


Con estas palabras intenté despojarme de todo temor y con mi manual de kamasutra en mano, donde estaba seguro encontraría la manera de compensar mis pequeñas limitaciones, determiné que ese primer encuentro sería gozosamente lacaniano. Tenía, además, la certeza que inmerso en tales enseñanzas, me volvería, más que un autodidacta, un empírico de las artes amatorias. Gran error eso de asumir posiciones unilaterales en las manifestaciones de placer y cuando escucho a alguien decir eso de que el amor todo lo puede, no sé si reír o llorar. Habría que ponerse en mi posición o mejor dicho desde ella, y fijarse en los sacrificios que hay que hacer cuando se trata de complacer al ser amado.




Cuando el día tan ansiado llegó, fue un encuentro casi gutural si lo medimos desde mi punto de vista, donde toda lección quedaría aislada de una realidad que prometió aferrarse para siempre a mis recuerdos y en la cual no tardé en intuir que ella también se había ilustrado del portentoso libro. Yo quien creí que unos cuantos capítulos leídos bastarían para elevarla a la cumbre más alta de la enajenación mística del placer, me encontré siendo víctima del más enconado paroxismo sexual del cual nunca me repondría, cuando con voz desafiante me demandó hacerle el vuelo de la mariposa, la danza del misionero y otras posiciones que por salud mental ya he olvidado, hasta que enloquecida se arrojó sobre mí buscando materializar la idílica postura de la amazona y comenzó a cabalgar sus ochenta y tres kilos sobre mi extenuada humanidad. En ese instante no pude sino preguntarme, con gran tribulación, si los autores del kamasutra habrían visualizado, más allá de roces, fruiciones y arrobamientos, la unión carnal, por ejemplo, entre un tucusito y un avestruz.


Ella no dio ltiempo a que  la sabia naturaleza manifestara su lógica y en un arranque de locura extrema o tal vez desesperada por encontrar algo verdaderamente sólido, sujetó mi brazo y lo introdujo en lo que percibí como un denso bosque que para mi desgracia sólo enmarcaba un abismal remolino que intentó succionarme hasta el último aliento. Aquello fue demasiado para un metro diez de existencia así que tomé dignamente lo que me quedaba de estatura y me fui pensado que si para algunos el tamaño no importaba, para otros era una simple cuestión de supervivencia.
Elena López Meneses

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