El místico final de Fidelius Escarpita “…y ese día no leímos más” Dante Alighieri - La Divina comedia


Una crónica infernal da cuenta de un episodio que traspasó las fronteras de los nueve círculos dantescos para quedar grabado en la memoria de algunos caraqueños de principios de siglo.
Cuando Fidelius arribó al infierno, la actividad social que se vivía en las tinieblas era muy precaria. El temor de los condenados a ser secuestrados o asesinados a manos del hampa desbordada, había aniquilado la capacidad de diversión de la mayoría. Las noches transcurrían en medio de la soledad y en las calles ni el bajo mundo se daba cita en las tradicionales esquinas, por miedo a ser víctimas del pillaje o la milicia.
Fidelius cambió radicalmente esa realidad. Había sido asignado Alcalde y promotor cultural del quinto círculo, donde el Cerco de Caín gime violento, y donde van los que cometieron pecado de amor. Su fama bien ganada como seductor irresistible, dentro de lo más granado del ámbito hedonista y lujurioso, lo había llevado a lograr que aquél lugar fuese uno de los más codiciados por humanos, condenados y alguna que otra especie del submundo sideral.
Hasta que la situación comenzó a declinar, y es que incluso en el infierno habría que convenir que si no se mantienen ciertas reglas, la sociedad va rumbo al desastre y así ocurrió. Fidelius cedió al amor nada menos que de Francesca y acusado por Paolo de alta traición al sagrado círculo, se vio obligado a huir antes de ser arrojado al último nivel.
Sucedió una tarde en que había decidido acercarse a Ghótika, su librería favorita, en busca de alguna novedad. Disfrutaba mezclarse entre la gente ávida por conseguir a su autor preferido, ansiosa por encontrar en la lectura una realidad menos palpable que la que ofrecían los noticieros, reallity shows y alguna telenovela, alimentarse del aroma a libros usados con aliento a milenios. Era un año en que la crisis y ciertas medidas económicas, habían sido superadas y se podía obtener fácilmente las seductoras novedades para disfrute de los amantes. Escogió un libro de Sade, quería releer La Mojigata y familiarizarse más con las truculentas estulticias de las féminas que arribaban a los predios infernales alegando un trato injusto en su rendición de cuentas o en su defecto aduciendo falsos arrepentimientos.

En eso venía pensando cuando la mirada aguda de Francesca se posó en su cuello, en sus hombros en su vientre, haciéndolo sentir que toda su sangre añeja como vino celosamente atesorado, iba y venía de su cuerpo cual marea estremecida por un desenfreno inesperado, como si ella hubiese estado escuchando sus pensamientos y quisiera demostrarle que no era mojigata, advertirle que mejor lectura era la historia de Lancelot y Ginebra, mientras le sujetaba la mente, las vísceras y lo impregnaba con su lujuria habitual bajo la cual también había sucumbido el infeliz Paolo.
Tras una breve búsqueda por Internet, encontró un lugar parecido que le confiriera, además, continuar con sus prerrogativas de alma inmortal. Caracas ya no era la sucursal del cielo, en la últimas décadas se había convertido en una ciudad infernal y decidió que ese seria un lugar interesante para su modo de vida. Sabía a lo que se arriesgaba al intentar vivir nuevamente como cualquier mortal después de tantos siglos, pero también sabía que la condición para permanecer inmortal entre ellos, era mantener su carácter concupiscente y no cometer el error de permitirse un sentimiento puro como el amor, ante lo cual estaba seguro que jamás declinaría.
Corrían los años en que la noche era la meca de la mayoría de los jóvenes, los centros nocturnos y antros no cerraba sus puertas, años en los que la droga junto a la prostitución eran la gran dominatrix de las noches caraqueñas. Fidelius había pensado en primer lugar en Puerto Rico por aquello de las frecuentes muertes asignadas al chupacabras, situación muy conveniente para sus propósitos, pero detestaba el reguetón así que optó por elegir Caracas y vivir en los Palos Grandes, un lugar desde donde podía observar cuando el sol apaciguaba su inclemencia sobre la tarde capitalina, haciendo que el Ávila declinara su verdor mientras se difuminaba irremisiblemente con el pasar de las horas hasta volverse una mancha oscura queriendo devorar la ciudad.
Alquiló un elegante tipo estudio, contactó a los que controlaban el negocio de los centros nocturnos, el tráfico de drogas y se entregó a la insaciable tarea de lo que mejor sabía hacer desde el principio de los tiempos: succionarle la esencia a los seres hasta que no quedara en ellos ni una sola gota de sangre, de dignidad, de orgullo o de vida. En su devenir, no contó con que conocería a Siloé, una morena voluptuosa, estriper del bar del viejo Danilo Rivas, el hombre que lo había conectado con los bajos fondos. Una sílfide de barro que lo subyugó por su ternura, su piel, su boca que lo invitaba a succionarla y poseerla indefinidamente por los siglos de los siglos. Cada día contaba las horas para poder verla, los pasos que la separaran de ella – Busca en otro lugar muchacho – le aconsejaba entonces Danilo que bien conocía a Siloé – Esa flor ya tiene dueño –
Así se lo hizo saber ella también, advirtiéndole, además, que no por ser una chica humilde venida de Petare, era tonta o ingenua y que no por tener ese oficio era presa fácil. Para el temperamento infernal de Fidelius no había vuelta atrás, ya se había hundido en un cruel suplicio donde nada podía saciarlo de un anhelo incontenible de redención, de entrega a un amor casi ingenuo que no sabe de engaños ni trampas y que sólo es feliz si hace feliz a quien ama.
Por primera vez se vio a sí mismo desnudo y sintió frío, estaba de cara a un espejo que sólo le devolvía una sombra oscura y oxidada, una sombra que le desfiguraba el rostro como a un mal recuerdo. Se sintió pequeño y exhausto de vivir. ¿Cómo lo vería ella, intuiría su ambigua naturaleza, su precaria procedencia.? Cómo pedirle que lo acompañara a existir en la oscuridad perenne, si ella había inventado la luz.

Él que había sido amado por princesas nórdicas, tenido a sus pies a las más cotizadas de la realeza oriental y africana, bebido hasta el ultimo aliento de vida de las mas nobles de las sociedades europeas, intimo amigo de Rasputin quien le suministraba con placer perverso al Zarevich cuando a este le daba por sangrar y no parar, que bebió hasta la saciedad del llanto de Eloisa, profanando su hábito y sus sueños al hacerse pasar por Abelardo, ahora sólo aspiraba a ser amado por aquella mujer bendita con aroma a trópico y capin melao.
Era pasada la media noche cuando decidió acercarse al bar de Danilo y esperarla hasta que terminara su turno. Estaba seguro de convencerla de su amor, de su entrega, inmolarse a perder su eternidad con tal de tenerla. No quiso entrar, odiaba ver cómo sus caderas encendían de deseo las miradas de los hombres, sintió miedo por ella y él nunca había sentido miedo, deseos de protegerla, de llevarla a un lugar inmaculado. Tanto disfrutar con la indefensión, el desamparo de sus víctimas y ahora era el mártir de un desasosiego que solamente ella podía calmar.
La vio acercarse serena, confiada con una sonrisa que lo incendió por dentro y lo hizo preguntarse si así sería, acaso, el rostro de Eva cuando Dios la creó. Todo ocurrió en fracciones de segundos. Su cercanía centelleándole en el rostro, su respiración rozándole el cuello, su aliento penetrarlo hasta las entrañas, y fue cuando entonces un temblor inmisericorde lo arrobó haciéndolo suplicar, en silencio, clemencia a la Divinidad, para poder merecer su cuerpo.
Siloé tan sólo lo besó en la mejilla, le dijo adiós y siguió de largo dejándolo atrás en el olvido, como agua que corre mansa y cristalina, que no la detiene piedra alguna ni puede enturbiarla el barro. Agua de Siloé que redime el horror y la sequía, dejándolo extrañado de sí mismo, despojado de sus miserias y en una inmensidad redentora que lo redujo a polvo y cenizas.

Elena López Meneses



2 Response to "El místico final de Fidelius Escarpita “…y ese día no leímos más” Dante Alighieri - La Divina comedia"

  1. Anónimo says:

    hola me podrias decir por q escarpita?

    Escarpita es un apellido, ahora en este caso por lo menos, la escogencia de un nombre o de una imagen, tiene más que ver con una suerte de ráfaga creativa o simplemente me llega de una u otra manera, lo cual me divierte mucho y si me gusta lo tomo. Hay otro tipo de escritos donde la escogencia seguro tiene más que ver con el origen o carácter del personaje por ejemplo...
    gracias por leerlo y por preguntar

Publicar un comentario

Powered by Blogger